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l dar apenas la vuelta del gran
edificio, subió dos escalones y quedó frente a las grandes y antiguas puertas
de madera. Golpeó tres veces, aguardó unos segundos, una vez más, un tiempo y
un nuevo golpe. La puerta se abrió y un veterano entre dormido lo recibió sin
mediar palabras.
. - ¿Está el hombre?
El que lo había recibido, apenas asintió
con la cabeza.
Le siguió, caminando por el pasillo
hasta el fondo y tras golpear, entró en una gran oficina.
Detrás de un escritorio de madera, se
encontraba su jefe, un hombre de cabello cano y gruesos bigotes.
. - ¿Cómo le ha ido? ¿Cómo encontró la
familia?
Fabricio torció apenas la boca, mientras
lo miraba fijamente.
. – No muy bien señor.
El jefe dejó de escribir y le quedó
viendo por encima de sus gafas.
. - ¿Qué sucede?
. – Luego de terminar esto, quiero
salirme.
. - ¿Entiende que es importante lo que
hace? No es tan sencillo.
Fabricio puso su mano en la boca con una
notoria mirada de tristeza y la desvió hasta quedar viendo el pabellón. En ese
instante, toda la historia se le cruzó nuevamente por la cabeza.
Llegó cuando apenas estaba amaneciendo,
cansado, con su mochila cargada en la espalda y el uniforme reluciente. Antes
de golpear la puerta, revisó que su boina celeste estuviese bien colocada.
Luego de un par de minutos, tras haber
golpeado la puerta, su esposa lo recibe con una sonrisa, correspondida por la
de él.
Se inclinó apenas y la besó.
Aquel beso era diferente, fue como un
simple roce de piel, no estaba encendido, carecía de humedad y ganas.
Detrás de Amelia, apareció Marisa, su
madre, quien lo abrazó largamente y le preguntó varias veces como estaba y como
había pasado.
Los niños estaban durmiendo y no había
carteles de bienvenida como era habitual.
Todo lo que le habían enseñado durante
años, fue muy práctico para ese y los siguientes instantes.
Los detalles fueron haciéndose muy
evidentes, y como también le habían enseñado, el no demostraba que se daba
cuenta.
Él, caminó hasta el comedor, bajó su
mochila, se quitó la boina y la camisa, las que dobló con detalle y las guardó
en el bolso más pequeño que traía en la mano.
Dejó casi caer su cuerpo sobre una silla
y frente se sentó Amelia, la que cambió de semblante cuando él le vio
directamente a los ojos.
. – Estaba esperándote para decirte que
conocí a alguien, con quien intentaré empezar algo una vez que te vuelvas a ir.
Aún no ha pasado nada, pero quiero que sepas que apenas te vayas, comenzará a
pasar.
Él permanecía inmutable, mientras
continuaba viéndole a los ojos.
. – Lo nuestro ya no da hace tiempo,
cuando más te necesito no estás, y trabajas más horas que cualquiera. Mientras
tus compañeros regresan enseguida a su casa, tú sigues. Decenas de veces no has
regresado a tu casa, porque no quieres.
Los ojos de Fabricio continuaron
inmóviles, no había reacción a las palabras, aunque dentro de él, sabía
perfectamente cada respuesta.
Cuando ella se detuvo un momento entre
llantos, el preguntó. – ¿No he dado suficiente?
. – No es eso, eres un hombre
excepcional, pero el problema es tu actitud.
Y el murmuró apenas. – Actitud. – y le
vinieron a la mente un montón de carpetas grises.
En ese instante, el celular sonó con el
tono de mensaje. Lo sacó de su bolsillo del pantalón camuflado y tras ver la
pantalla decía “Sole”. Frunció el ceño apenas y revisó el mensaje, donde decía.
“En cinco días debes regresar, antes debes venir a mi oficina. Retornarás con
un grupo, donde puede haber un camello”
. - ¿Quién era?
. – Un amigo saludándome. – y borró el
mensaje. - ¿Puedo hacer algo para que esto cambie?
. – No. Ya estoy decidida.
. - ¿Puedo intentar
conquistarte nuevamente?
. – Si puedes, pero no creo
que de resultado.
El ser tallado con guerras ajenas,
labrado en virtudes exclusivas, reinventado en frio metal; sintió que algo se
quebraba por dentro, percibió la carne doliendo; pero aun así logró mantenerse
inmutable.
Uno a uno, los niños se fueron
levantando y le fueron saludando con la frialdad que él se había encargado de
elaborar para que no sufrieran ante su falta, he irónicamente una esquina de su
alma sintió la imperiosa necesidad de que no fuera así. Por primera vez el alma
reclamaba humanidad para él.
Fueron cinco días en donde el guerrero
de frio metal, se dio cuenta que todo eso era una gran mentira, que tenía tanta
piel, tanta carne, sangre. Cada centímetro de ser dolió, cada minúsculo sitio
de su ser lloró por noches enteras, adelgazando 6 kilos, de los cuales, cuatro
tal vez fueron de las lágrimas que derramó.
Sintió un insoportable pánico, viéndose
sin poder arropar por las noches a sus hijos, sin poder aprontarles el
desayuno, sin imágenes que adorar.
Y en su esquina fría, el secreto
guerrero, batallaba ferozmente con la parte de carne, quien clamaba por revelar
sus verdades ocultas, sus historias ocultas.
El cúmulo de imágenes desapareció y en
lugar, volvió a aparecer el pabellón y murmuró.
. – He entregado mi tiempo, ahora el
alma. ¿También quieren mi sangre?
. – Puedo entender por lo que estas
pasando, todos los que tenemos este trabajo, vivimos lo mismo. Pero recuerda lo
que se llama, “Necesidad de conocer”. No puedes revelar nada de lo que eres ni
en lo que estás hasta cinco años después de irte.
. – ¿Que simple verdad?
. – Podemos ayudarte a resolverlo.
Recuerda que todos tenemos un muerto en el ropero.
. - ¡No! – interrumpió. – no quiero que
hagan nada.
. – ¿No quieres que esto cambie?
. – No de ese modo.
. - ¿Entiendes que si tu misión se
compromete, intervendremos a pesar de que no quieras?
. – Para ello, yo tendría que darle
referencias que no pienso revelar.
. – Te refieres a referencias como que
se llama Leandro, que es militar. ¿Sigo?
Sacudió la cabeza cerrando los ojos y
susurró. – No puedo creer.
Zigzagueó por un rato en la oficina sin
decir nada.
El veterano capitán, se quitó las gafas
y las tiró sobre el escritorio, las que rebotaron y quedaron casi encima de una
pequeña placa de bronce que decía: “C/N (CG) Ernesto GONZALES – Jefe del SOLE”.
Peinó sus bigotes con los dedos, y continuó hablando.
. – No somos los malos, así son las
reglas, las que por cierto siempre las has sabido.
. – Ni siquiera quiero irme.
. – Lo único que logras diciendo eso es
que deba verificar de algún modo que te fuiste.
. – No se preocupe. ¿Cuál es la misión?
El capitán retira la primera carpeta
gris de una pila y se la entrega diciendo. – Continuarás en lo mismo que
estabas, pero deberás procurar averiguar quién es el camello de los que van
contigo ahora. Ahí tienes la información de todos.
. – Ok, debo
irme.
. – Buen viaje.
. – Gracias
señor.
Cuando Fabricio había llegado a la
puerta, su jefe lo detiene diciendo. – Mantén el contacto, y si te sirve de
algo, las cosas hace tiempo que están ocurriendo. Más tiempo del que crees.
Él se da vuelta y con cara de furia
dice. - ¿Ya lo sabían?
. – Siempre sabemos todo.
Hay cosas que están ocultas, que deben
permanecer ocultas a cualquier costa. Hay un mundo más allá del mundo.
Espacios, momentos, circunstancias, que a pesar de lo que cobre, permanecerán
bajo el estricto secreto de estado.
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