El medio día de un noviembre
cualquiera, los encontró acotados; el uno muy próximo al otro, tan próximos que
los dos reposaban sus cabezas en la misma almohada.
Se observaban y con tierna
lentitud, rozaban la yema de los dedos en sus mejillas. Sus ojos recorrían con
detalle, cada línea, cada recodo, cada color de sus rostros.
Quien los viera, dirían que
sus pupilas brillaban como se suelen ver en las telenovelas, como se dibujan en
los anime, en las escenas más románticas.
Se miraban, se exploraban
como suele ocurrir en los primeros tiempos de casi todas las parejas. Ese era
uno de esos momentos que cada uno juraría que todo será eterno, que cada día será
así.
De cuando en cuando, ella humedecía
sus labios, como saboreando los prolongados besos que hacia un momento, se habían
dado, mientras el apenas marcaba una sonrisa.
El, la presentaba como “Mi
compañera”, aunque en veinticuatro horas, cumplirán el primer aniversario de
casados.
El presentarla así, tenía un
significado muy especial para él, ya que él decía que ese adjetivo definía todo
lo que ella era. Desde siempre, ella había sido su mejor amiga, su confesora y
a partir de casarse, además, se había convertido en su amante esposa, pero más
que nada en su fiel e inquebrantable compañera.
Desde sus más negativos
compañeros, hasta sus más fieles amigos, habían condenado al fracaso aquel matrimonio.
Pero ellos están a pocas horas de cumplir su primer aniversario y aún se adoran
como el primer día.
Los minutos transcurren,
ellos aún continúan uno viendo al otro, acostados sobre la misma almohada, muy próximos.
El suspiro apenas y atino a decir
algo, pero ella coloco sus delicados dedos sobre sus labios, impidiéndoselo; no
necesitaba que dijera nada, lo sabía todo.
Sus más íntimos amigos, decían
que ellos tenían una extraña forma de hablarse con la mirada, aunque se habían casado
a escasos tres meses de haberse conocido.
Ella le sonrió apenas, y él
le respondió de la misma forma; estaban hablando en su secreto y extraño
lenguaje.
El sol de verano se cuela por
los grandes ventanales de la habitación, y estaría de más decir, que ellos poco
les importaba la hora que es; continúan acariciándose, porque es mentira que en
esos momentos el tiempo se detiene, la verdad es que en esos instantes, a nadie
le interesa si hace horas que solo permanecemos viéndole a los ojos de la
persona que adoramos.
Sí, es verdad, posiblemente en
uno o dos años más de matrimonio, en una pareja normal, estos momentos se hayan
disuelto en la rutina, pero en este exacto momento, eso no importa, solo
interesa que en este preciso segundo si ocurre.
El, deja de recorrer con la yema
de los dedos el suave rostro de su compañera y posa la palma de la mano sobre
su mejilla, ella por su parte, hace lo mismo.
Él le sonríe apenas y ella le
responde del mismo modo, mientras suavemente asiente con la cabeza.
Un agudo y fuerte pitido,
toma cuenta de los sonidos de la habitación. Segundos después, un médico y dos
enfermeros irrumpen en la habitación corriendo y exclamando. - ¡Por favor
señora, baje de la cama, retírese un momento! Pero por más que ellos gritan,
ella no responde.
El tenia cuarenta años y amo
a esa mujer hasta el último segundo que el cáncer se lo llevo.
Ella tenía veintitrés y amo a
ese hombre hasta el momento que decidió seguirlo.
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