Hace
muchísimo tiempo, tanto que aun, cosas como la entereza, el amor, la entrega;
aun tenían un significado, existió un fiel aprendiz de la tradición primera.
Hacía dos años que se encontraba en silencio rezando a la vera del más
solitario de los caminos. Estas oraciones, pedían con humildad, le sea mostrado
el camino a la gloria del amor y la paz de su alma.
Una
noche espesamente oscura, mientras llovía, sus parpados fueron obligados a
abrir en virtud de la intensidad de luz que se manifestó frente, y, por primera
vez después de dos años, detuvo su oración.
Cuando
sus ojos lograron acostumbrarse a la luz, pudo distinguir un ser, el cual
provocaba ese brillo.
El
aprendiz, volvió a cerrar los ojos por unos segundos y murmuro. – Dame sabiduría.
– tras volver a ver a la manifestación continuó. – Has vuelto.
.
– He sido enviado para saber si mereces que te enseñe el camino.
.
– No esperaba que fueras tu quien viniera a enseñármelo.
.
- ¿Tienes algún problema que sea yo?
.
– No, si fuiste enviado, por algo será. Pero antes que empieces, ten en cuenta,
que hoy soy más viejo y más sabio.
.
– Eso ya lo sé.
Y
el aprendiz, noto una gran seguridad en el tono de voz, del ángel que le
hablaba, mientras este continuó. - ¿Cómo se yo que mereces conocer el
camino? ¿Cómo se que no cargas con un
pesado morral, que te hará desistir de la marcha? ¿Cómo se yo que nada te ata y
te impedirá dirigirte a la meta?
.
- ¿Cómo se yo que esto no es un ardid? – replico el aprendiz.
.
– Yo no vine a contestar preguntas. Estoy para escuchar respuestas. Además,
nunca te engañaría, ya que soy un ángel.
.
– La respuesta a todas tus preguntas, se contestan con una sola frase. Porque
me conoces.
.
– Eso no me basta. – respondió rápidamente el ángel, con tono de ofuscación.
Y
fue entonces que el aprendiz, sonrió con ternura, mientras le veía a los
límpidos ojos color miel del ángel. A pesar de la luz de la presencia, apenas
si se podía distinguir las facciones del primero, debido a la espesura de la
oscuridad, y en virtud de esto mismo, débilmente se logro notar, que este
extendía los brazos a sus lados, con las
palmas de las manos en dirección del cielo, y murmuro con firmeza. – Aquí
estoy.
Y
fue entonces que lentamente, la lluvia se detuvo, el cielo empezó a descubrirse
de su manto de nubes, y los primeros rayos de sol de un nuevo día, comenzaron a
mostrar el paisaje.
Una
vez que amaneció, lo que la presencia pudo ver, lo sorprendió de manera y
sintió algo que nunca había experimentado; regocijo, y se asusto.
El
aprendiz, el que había sido llamado “El que ama la armonía de las cosas”, se encontraba
totalmente seco, sentado sobre muchos cueros de animales, que los viajeros le
dejaban a su paso, bajo un humilde cobertizo de paja, absolutamente desnudo.
Tras él, se abría una inmensa llanura desierta. En la vera opuesta del camino,
interminables campos de frutos maduros.
Y
fue entonces que el ángel dijo. – Te enseñare el camino.
Y
antes de que este terminara la frase, el aprendiz de la tradición primera, ya
se había parado y de un salto, se había colocado a un lado de la presencia, y
dijo. – Prometo seguirte y llegar.
.
– No te creo, la naturaleza de los seres es desistir.
.
– Si merezco conocer el camino, solo lo sabrás sobre él. ¿Pero, cuantos
morrales vez que cargo?
.
– Ninguno. – resoplo la presencia.
.
- ¿Cuántas ataduras llevo puestas?
.
– No me desafíes, porque puedo arrepentirme.
.
– Del mismo modo que yo ansío encontrar el camino, por estar aquí, tu deseas
que lo encuentre; no me desafíes, pues puedo no seguirte.
Durante
muchos días, caminaron juntos, mientras el ángel le fue enseñando los detalles del camino y de
lo que encontraría al final. El aprendiz por su parte, y como acto de fe, fue
dibujando el mapa sobre su piel con el
fin de no equivocarse.
Cuando
llegaron al principio del camino principal, el que poseía todas las marcas,
pararon a descansar.
Al
día siguiente, cuando el aprendiz despertó, a su lado había un traje de luz y
la aparición no estaba.
Se
incorporo rápidamente y dirigió su vista al camino, y cada una de las marcas,
habían sido arrancadas, eliminadas.
Y
fue entonces que aquel que había sido llamado “El que ama la armonía de las
cosas”, observo su desnudez, su piel marcada con el dibujo del camino que no
existía, su corazón aun con la fuerza y la fe sobre su meta, la llagas en sus
pies que demostraban su entereza; cuando se pregunto. - ¿Qué hice mal?
Y
la briza murmuro en su oído. – Luzbel, también fue un ángel.