El agua estaba rizada; el sol atardecía sobre las montañas y
apenas entibiaba sus mejillas. Se había sentado a escribir, pero no escribía,
solo veía como las figuras doradas sobre el agua jugaban con el movimiento. No
habían sonidos urbanos, solo la naturaleza murmuraba entre las rocas, sobre el
pasto, entre la maleza.
Hacía pocos minutos que había apagado la música y se quitó los auriculares. El movimiento del
agua en acuerdo con el sol, dibujaba y desdibujaba fractales; en algunos
sectores más cercanos a la orilla, la claridad le dejaba ver las rocas del
fondo, las que parecían danzar en un complejo e irregular bamboleo.
Dirige la mirada hacia las montañas, deseando que el sol se
detuviera, que no terminara de ocultarse.
Una canoa, cruza con tanta lentitud, que parece no dejar
estela. Su tripulante va viéndole y apenas agacha la cabeza saludando. El, le
responde del mimo modo.
. – Es extraño. – piensa.
Levantó apenas un poco más la vista y la otra orilla no
se veía; la extensión de agua se perdía tras el horizonte.
. – Es extraño. – volvió a pensar. – Creo que nunca había
estado tan tranquilo.
Dirige la mirada a sus pies y estaban descalzos, luego torno su
mirada hacia su muñeca izquierda y el reloj digital mostraba “06:30 – 12 – 01 –
2002”.
. – Es como si hubiera despertado aquí, pero interiormente
tengo la sensación de que hace horas me
encuentro sentado en el mimo lugar.
A escasos cincuenta centímetros, un pequeño ave blanco y
negro similar a una golondrina, se posa sobre el suelo y picotea migas de pan,
como si no notara su presencia. Un ave más grande, muy parecida a una garza
blanca, planea rasante sobre el agua.
El sol, parece haberse detenido y no termina de ocultarse,
como si la naturaleza le hubiese concedido el deseo.
. – Es extraño. – piensa nuevamente. – no recuerdo haber
estado en este lugar, pero siento en mi interior que lo conozco muy bien. Es agradable.
Cerró los ojos y aspiro profundamente, frunciendo el ceño por
el intenso olor a humedad, haciendo que los abriera rápidamente.
El techo de la habitación, mostraba signos de humedad y gran
deterioro. Noto que sus muñecas estaban amarradas a cada lado de la camilla al
igual que sus tobillos y que la frente estaba inmovilizada por un cinturón, también
a la camilla. A través de ese cinturón y a la altura de sus cienes, salían dos
electrodos.
Este panorama lo agito muchísimo y empezó a luchar para
liberarse sin resultados. Torció los ojos hacia la derecha, y logró ver la
puerta metálica de la habitación, cubierta de herrumbre. Torció los ojos para
la izquierda; sobre la pared y por
encima de una sucia bandeja llena de instrumentos
médicos, distinguió un pequeño almanaque, que decía “Enero 1938”.
Se escuchó un chirrido y su cuerpo se estremeció, todos los músculos
se tensaron y un inmenso dolor le invadió en todo el cuerpo. Sintió el sabor
del trozo de madera que tenía en la boca, mezclado con el de la sangre.
Esto duro apenas dos segundos, aunque para él fue una
eternidad. Tras esto, la atención del cuerpo desapareció, y el cerro los ojos y
aspiro profundamente, notando como las lágrimas le corrían por las mejillas. Luego de abrirlos, sintió mucha calma, aunque aún
sentía el sabor a sangre y la misma, había ensuciado apenas sus comisuras.
La silla donde se encuentra sentado es muy cómoda, a pesar
del chaleco de fuerza. Ve por la ventana de la habitación, como los automóviles
circulas velozmente por frente al gran edificio, aunque los sonidos urbanos no
invaden la habitación.
En el césped del frente del edificio, un gran cartel de
hormigón iluminado por potentes reflectores dice “Centro Enero, de tratamientos
siquiátricos”
El, sonríe apenas.
El inmenso silencio de la habitación, permite entender que el
balbucea. – Por fin me he decidido y he venido a pescar.
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