lunes, 26 de enero de 2015

8vo. DELIRIO. ENERO.



El agua estaba rizada; el sol atardecía sobre las montañas y apenas entibiaba sus mejillas. Se había sentado a escribir, pero no escribía, solo veía como las figuras doradas sobre el agua jugaban con el movimiento. No habían sonidos urbanos, solo la naturaleza murmuraba entre las rocas, sobre el pasto, entre la maleza.
Hacía pocos minutos que había apagado la música y  se quitó los auriculares. El movimiento del agua en acuerdo con el sol, dibujaba y desdibujaba fractales; en algunos sectores más cercanos a la orilla, la claridad le dejaba ver las rocas del fondo, las que parecían danzar en un complejo e irregular bamboleo.
Dirige la mirada hacia las montañas, deseando que el sol se detuviera, que no terminara de ocultarse.
Una canoa, cruza con tanta lentitud, que parece no dejar estela. Su tripulante va viéndole y apenas agacha la cabeza saludando. El, le responde del mimo modo.
. – Es extraño. – piensa.
Levantó apenas un poco más la vista y la otra orilla no se veía; la extensión de agua se perdía tras el horizonte.
. – Es extraño. – volvió a pensar. – Creo que nunca había estado tan tranquilo.
Dirige la mirada a sus pies y estaban descalzos, luego torno su mirada hacia su muñeca izquierda y el reloj digital mostraba “06:30 – 12 – 01 – 2002”.
. – Es como si hubiera despertado aquí, pero interiormente tengo la sensación de que hace horas  me encuentro sentado en el mimo lugar.
A escasos cincuenta centímetros, un pequeño ave blanco y negro similar a una golondrina, se posa sobre el suelo y picotea migas de pan, como si no notara su presencia. Un ave más grande, muy parecida a una garza blanca, planea rasante sobre el agua.
El sol, parece haberse detenido y no termina de ocultarse, como si la naturaleza le hubiese concedido el deseo.
. – Es extraño. – piensa nuevamente. – no recuerdo haber estado en este lugar, pero siento en mi interior que lo conozco muy bien. Es agradable.
Cerró los ojos y aspiro profundamente, frunciendo el ceño por el intenso olor a humedad, haciendo que los abriera rápidamente.
El techo de la habitación, mostraba signos de humedad y gran deterioro. Noto que sus muñecas estaban amarradas a cada lado de la camilla al igual que sus tobillos y que la frente estaba inmovilizada por un cinturón, también a la camilla. A través de ese cinturón y a la altura de sus cienes, salían dos electrodos.
Este panorama lo agito muchísimo y empezó a luchar para liberarse sin resultados. Torció los ojos hacia la derecha, y logró ver la puerta metálica de la habitación, cubierta de herrumbre. Torció los ojos para la izquierda;  sobre la pared y por encima de  una sucia bandeja llena de instrumentos médicos, distinguió un pequeño almanaque, que decía “Enero 1938”.
Se escuchó un chirrido y su cuerpo se estremeció, todos los músculos se tensaron y un inmenso dolor le invadió en todo el cuerpo. Sintió el sabor del trozo de madera que tenía en la boca, mezclado con el de la sangre.
Esto duro apenas dos segundos, aunque para él fue una eternidad. Tras esto, la atención del cuerpo desapareció, y el cerro los ojos y aspiro profundamente, notando como las lágrimas le corrían por las mejillas.  Luego de abrirlos, sintió mucha calma, aunque aún sentía el sabor a sangre y la misma, había ensuciado apenas sus comisuras.
La silla donde se encuentra sentado es muy cómoda, a pesar del chaleco de fuerza. Ve por la ventana de la habitación, como los automóviles circulas velozmente por frente al gran edificio, aunque los sonidos urbanos no invaden la habitación.
En el césped del frente del edificio, un gran cartel de hormigón iluminado por potentes reflectores dice “Centro Enero, de tratamientos siquiátricos”
El, sonríe apenas.
El inmenso silencio de la habitación, permite entender que el balbucea. – Por fin me he decidido y he venido a pescar.

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