En esta búsqueda sin frutos, mi camino se torna lento, con
la esperanza de escuchar un susurro, unos pasos, un perfume.
Tu nombre en mi boca se prohíbe, se esconde, cual temeroso
elemental que no deja ver su don.
La virtud de tu luz, me doblego al instante, provocando que
toda la magia del mundo se manifestara como en un sueño fantástico.
La estela que dejaba nuestra señora en el agua, debió haberte
dicho que tenías que quedarte, que el final del camino estaba allí.
Las heridas en tu piel y en tu alma, fueron sanadas cada vez
que entraste a mi pequeño templo, mientras me bebía tus angustias y las mías.
Pero escapaste de la luz, aterrada por tanta claridad y paz.
Te enamoraste del terror, de los naufragios, de la oscuridad
y las incertidumbres.
Te resignaste a existir en la soledad de la bruma, creando utopías
cuales elementos de juicio para justificar tu pesadilla.
Y cada vez que cuestioné tu sombría existencia, me
abofeteaste con razonamientos antagónicos a tu real discurso, disfrazándote de
lo que siempre despreciaste.
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