Me encuentro
tendido en la cama, vestido con las botas negras puestas, las medias están húmedas
y siento algo de frio ya que mi ropa también esta mojada. Cuando venía, no
atine a correr ni guarecerme de la fuerte lluvia que se desató. Apagué todas
las luces; aun la que tengo en el escritorio y la que normalmente dejo
encendida para no tropezarme con las cosas, cuando debo levantarme para ir al
baño. Corrí todas las cortinas, incluso las de pantasote verde que se encuentran
sobre la cabecera de mi cama. La única luz que se cuela, lo hace por una pequeña
ranura que deja la separación de las cortinas de una de las ventanas del
frente. La oscuridad es tan espesa, que al apenas mover mis dedos, es como si
pudiera rozarla. La luz que se cuela por aquella cortina, parece una herida abierta
de un enorme mostro inmóvil.
Hay dos ratas que
todos los días, rescatan los restos de queso que dejo sobre la mesa de centro
de mi seudo living. Las escucho dirigirse con sutileza en busca de sus bocados,
como si fueran parte de la familia. Suele ser extraño; no se percatan o no les
interesa que me encuentre allí, aun cuando he tenido la luz de mi escritorio
encendida, por lo que hoy, menos aún se percatarán o les interesará que este escuchándoles.
Siento como la
ropa, lentamente se va secando en la parte del frente de mi cuerpo, ya que la
de atrás, supongo que la esta absorbiendo mi manta negra de tela polar.
Logro notar que la
débil luz que entra por la ranura que deja la cortina de la ventana del frente,
varía ligeramente, lo que me hace suponer que alguien cruzó en dirección de su
habitación. Seguramente no llevaba prisa, ya que la lluvia dejo de provocar el
ensordecedor sonido sobre el techo, lo que me permitió escuchar los pasos de las
ratas dirigiéndose a la mesa de centro.
La oscuridad es
tan espesa, que no logro distinguir las tablas de la parrilla de la cama de
arriba aunque hace varios minutos que observo en esa dirección.
Hoy, cambie todos
los manteles claros por otros oscuros, por lo que no se distingue nada en la
habitación, a no ser, apenas el borde dorado de la copa llena de chocolatines
que se encuentra en la mesa de centro, que a lo lejos, parece un extraño anillo
suspendido en el aire. Solo espero que las ratas tomen su bocadillo de queso y
no me la tiren, aunque si lo hicieran, estarían realizando algo que yo debí
haber hecho hace tiempo, ya que la misma tiene un significado que solo merece
ser tirada, exactamente como la manta de polar negro.
Debí haber corrido
y guarecerme, siento mucho frío y mi cuerpo es como si hubiese apagado sus
motores y permanece inmóvil; únicamente logro mover débilmente los dedos de
cuando en cuando, para sentir el rose de la oscuridad en las yemas.
Por momentos,
pareciera que alguien está sacando fotografías del frente de mi habitación, ya
que un fuerte y fugas destello rebasa los límites a través de esa única ranura
que deja pasar la luz y tras ello, un estruendo; evidentemente en cualquier
momento la lluvia volverá a caer y el ensordecedor sonido sobre el techo no me
permitirá escuchar cuando mis amigas decidan irse ya satisfechas tras su festín.
Cuando el silencio
se recupera tras los truenos, es fácil escuchar hasta el más débil sonido que
ocurre más allá de mi habitación. Un poco después de la vereda de hormigón
sobre el pasto, uno de los perros, el negro, resopla y arrastra su hocico rezongando
a su modo, intentando sacarse el bozal.
El pestillo de la
puerta de la habitación de al lado, rumorea en su lenguaje metálico y las
bisagras me cuentan, tal vez únicamente a mí, que abrieron la puerta. Un brusco
sonido, denota que la cerraron y pasos
de más de una persona me recuerda que el
compañero de cuarto del que vive al lado, no está. Como cada vez que este no está,
la joven pareja me brinda su concierto de besos, gemidos y rechinar de la cama
de madera. Ellos, al igual que mis amigas, no se percatan o no les interesa que
yo esté allí escuchando. Ha habido veces que he sonreído mientras pienso que
sucedería si les golpeara el mamparo que nos separa, justo cuando el rechinar
de la cama de madera y los gemidos se intensifican.
Pero hoy, el motor
de mi cuerpo está apagado y ni siquiera sonrío, los sonidos solo llegan.
Hace rato que
siento una incomodidad en la almohada y luego de un tiempo, me doy cuenta que
es mi arma que la guardo debajo. No sé porque lo hago; tal vez me siento más
seguro aunque no se tampoco de que.
Un chillido
resuena en mi habitación; seguramente mi amiga más pequeña debió querer
adueñarse del trozo más grande de queso y la mayor le reprocho.
Es extraña la
sensación que provoca la ropa cuando se va secando en el cuerpo, y además,
ciento un intenso frío en las espaldas, ya que la colcha de polar negro,
mantiene la humedad y al parecer la temperatura de mi cuerpo no compensa. Sería
irónico que me enfermara por ello, aunque ahí, tendría mayores motivos para deshacerme
de la colcha.
A pesar del
rechinar de la cama y los gemidos que vienen de la habitación contigua, logro
distinguir el rumorear de la que vive en la otra habitación, que conversa con
su amante. Seguramente, ellos, de la misma forma que mis amigas y mis vecinos,
no se percatan o no les interesa que yo esté aquí, escuchándolos.
El pobre perro, no
se cansa de tratar, inútilmente, de quitarse el bozal y resopla disgustado.
Me encuentro solo,
completamente solo; ya que mis amigas no cuentan, ni mis vecinos, ni los
amantes que conversan más lejos, mucho menos, el centenar de personas que se
encuentran a menos de trecientos metros a la redonda.
Valla, Dandara;
ella siempre se presenta en mi mente cuando estoy solo. Hay veces que me gusta
pensar que eso ocurre, porque en el mismo instante me recordó, aunque
seguramente es una tontería, un ardid de mi mente, intentando hacer que olvide
que ni mis amigas, ni mis vecinos y ni siquiera los amantes conversando más
lejos, se percatan de que estoy aquí.
Debería
levantarme, quitarme las botas, las medias y la ropa húmeda, pero el motor de
mi cuerpo no se reinicia, y permanezco casi inmóvil, a no ser por los dedos de
una de las manos, que aún sienten la sensación de rozar con la yema a la
oscuridad.
Un nuevo destello
se cuela por la ranura que dejo las cortinas del frente y tras ello el
estruendo del trueno, aunque más débil que la vez anterior, lo que me hace
suponer que tal vez me he equivocado y la tormenta se aleja. Si ello ocurriera,
posiblemente las nubes se irían y permitirían ver las estrellas.
Una vez que los
relámpagos cesan, la oscuridad se vuelve casi completa y apenas se distingue el
anillo suspendido en el aire, que hace suponer el borde dorado de la copa,
sobre la mesa de centro. Esto, me hace recordar nuevamente a Dandara, y como me
enseño a encontrar la magia en cosas que muchas veces pasan desapercibidas.
Recuerdo cuando juntos vimos la estela de luz celeste intenso sobre el agua, y
la enorme sensación de maravilla que sentimos, aunque un año más tarde, me di
cuenta que no debería buscarle por qué a algunas cosas, ya que con inmensa
frustración descubrí, que podía ser a causa de un tipo de algas marinas, que
según el lugar del mundo, provocan un color determinado.
Aun así, la magia
existe causada por las algas o no, lo que me hace pensar, si mis vecinos, que
en la medida que pasan los minutos, intensifican sus gemidos y con ellos
también el rechinar de la cama de madera, alguna vez la conocieron; me refiero
a la magia. ¿Y los amantes que conversan más lejos? Creo que mis amigas mucho
menos ya que odian el agua.
Mis ojos
permanecen fijos a la parrilla de la cama de arriba que aún, no logro
distinguir, a no ser cuando la luz de los relámpagos atraviesan por la ranura
de las cortinas de la ventana del frente.
Continua el
chillido de mis amigas, posiblemente peleándose por los últimos trozos de
queso, y el anillo dorado se mueve levemente en el aire a causa de la feroz
pelea; tal vez lleguen a hacerme el favor de tirar y quebrar la copa, lo que
encontraría este hecho como una señal, así como me enseño Dandara, y una vez
que mi cuerpo lograra reiniciar, y aun antes de cambiarme de ropa, me desharía
también de la colcha.
Escucho como más allá
de la habitación de mis vecinos, una voz femenina ríe, y pienso insolentemente,
si será que él hace reír a su esposa de la misma forma, hasta tal vez con los
mismos chistes.
Me duele la
espalda, debido a la contracción de los músculos a causa del frío, y la nuca
debido a mi arma debajo de la amohada, pero mi cuerpo no responde. Trato de
fijar mis pensamientos en algo que me permita desatender los dolores así como
el concierto de mis vecinos y recuerdo que en la mañana, mientras me afeitaba,
note que mis ojos carecen de brillo, lo que me hiso cruzar la loca idea de que,
desde ese momento mi cuerpo se empezó a apagar.
Me dije a mi mismo
de que eso era una tontería, ya que el cuerpo solo se apaga cuando se muere,
por lo que apareció en mi mente el pensamiento más común, cuando uno está
totalmente solo; la muerte.
En ese instante,
pensé en mis amigas las ratas y su indiferencia, así como en mis vecinos y a la
pareja de amantes conversando más lejos, por lo que me cuestione, que toda la
indiferencia que suponía, es solo un supuesto y que la única certeza que
tenemos, es la muerte.
Entonces, moví
levemente mis dedos, el anillo dorado en el centro de mi seudoliving, se agitó
bruscamente y un nuevo chillido, invadió la habitación. Ningún destello de luz cruzó
por la ranura de la cortina, pero si un lejano trueno se escuchó a lo lejos.
Tras ello, recordé que una semana antes, había concurrido a un partido de
futbol donde jugaban mis compañeros, aunque ciertamente, mi interés no era
verles jugar, y me interne en el bosque que precede a la cancha, para obtener
fotografías. Luego de caminar un rato, encontré un pequeño cementerio, donde habían
unas seis tumbas. Me aperciné antes de entrar, y saque fotografías. De todas,
dos tumbas me llamaron la atención. Una, decía “12-8-86, 17-10-86” y la otra,
estaba repleta de maleza, las espadas de San Jorge rodeaban un herrumbrado caño
metálico, que una vez sostuvo la hoy destruida cruz de madera.
Pero todo eso,
eran pensamientos que acumulaba, para no prestar atención de que me dolía la
espalda y la nuca, que podía enfermar si no me cambiaba de ropa, que en mi
habitación, habían dos ratas que se disputaban los restos de mi queso, que mis
vecinos hacían el amor frenéticamente, indiferentes a la posibilidad de que
todos los escucharan; que la pareja de amantes reían, mientras la hermosa
esposa del, arropa al hijo ignorante de lo que pasa; que el perro aún rezonga
intentando quitarse el bozal, arrastrando el hocico sobre el pasto.
Indiferencia,
pensé. Algo que algunas veces es una sensación y otras, es un comportamiento.
Nuevamente recordé la falta de brillo en mis ojos y supuse por un instante que
mi estado de indiferencia y frialdad, es lo que está apagando mis ojos. Tal vez
así es como mi cuerpo expresa el estado de mi alma. Posiblemente si, ya que
hace unos días, estaba viendo una película de guerra, donde mostraba el cuerpo
de un niño desmembrado, y recién me doy cuenta que no sentí nada. Posiblemente
por eso no siento nada ahora, a no ser el frío de mi espalda a causa de la
humedad de mi ropa y la maldita colcha de polar negra. Tal vez es por ello que
no puedo moverme, ni me interesa los sonidos de la cama de madera de mi vecino;
mucho menos el rezongo del perro, tratando de quitarse el bozal; ni de mis
amigas que cómodamente cenan sobre mi mesa de centro; ni de la patética
ignorancia de la hermosa esposa del amante, de la que vive más lejos.
Nunca tuve una
amante, por lo que se me ocurre pensar, si ellos también se reprochan cosas, o
proyectan a largo plazo, o revisan las facturas del mes. Solo tonterías tal
vez; aunque sé que eligen juntos en la feria, ropa para sus correspondientes
hijos.
Mis labios se
están secando y siento muchísima sed, mis ojos lagrimean por no parpadear, y
tengo la incómoda sensación, como si un millón de agujas se clavaran en mi
espalda.
El clásico sonido
de las patas de mis amigas dirigiéndose rápidamente al agujero en el piso,
rompe levemente el silencio, que se había implantado sin darme cuenta, ya que
al parecer mis vecinos ya terminaron su primera ronda; porque seguramente
seguirán luego.
Cada vez más
esporádicamente, se ve un destello a través de la ranura que dejo la cortina
del frente. Al parecer la tormenta, realmente se está alejando. Con esto se me
viene a la mente una película que me gustó muchísimo “El efecto Mariposa”. Si
no me hubiese mojado, no estaría con tanto frío, consecuentemente, no me
dolería la espalda y si mi cuerpo logra reiniciar, tampoco hubiese tirado la
colcha de polar negro, la que en este momento ya debe estar empapada, al igual
que mis sabanas y el colchón.
¿Y qué hay de mi
aparente estado de parálisis? ¿Sera algo orgánico o psicológico?
Si me pusiera a
rememorar, y analizar, encontraría que es psicológico, ya que con todo el dolor
en las espaldas, también siento un gran cansancio y no es corporal. Creo que
cada cosa que me ha pasado y que por necesidad he estado escondiendo y
conteniendo, comienzan a hacer mella. Mi espíritu me está diciendo que
reinicie, que limpie mi mente, antes de reiniciar mi cuerpo. Por ello también
es que tal vez, instintivamente, busco prestar atención a los detalles de los
sonidos exteriores he imaginarme lo que está pasando, porque sabía que llegaría
a este punto de reflexión. Posiblemente la estrategia más sencilla, sea empezar
a hacer las cosas que lleven a las consecuencias de mi futuro cercano y lejano;
Efecto Mariposa.
Hay momentos que
he pensado, si los animales, como mis amigas, tienen tantos dramas en su vida,
o solo se dedican a buscar a quien robarle su bocado diario, o pelearse por los
últimos restos, o a cuidarse de que no las veamos y tratemos de perseguirles.
Seria más sencillo una vida así, pero a su vez, se me viene a la mente un trozo
de un poema de D.H. Lawrence que escuche en una película que decía, "Nunca vi
a un animal salvaje sentir lastima por sí mismo. Un ave caerá muerto congelado
de una rama sin haber sentido nunca autocompasión". Debería dejar de
sentir lastima por mí, forzar al cuerpo a ponerse en movimiento, cambiarme la
ropa, aunque esto haga que mis amigas no terminen su festín, aunque mis vecinos
se den cuenta que estaba aquí escuchando y comenzar a hacer lo necesario para
que las consecuencias de mi futuro cercano o lejano, se ajusten a mi necesidad,
para que mi cuerpo no vuelva a paralizarse hasta que mi mente limpie su
contenido de frustraciones y elementos que me vienen frenando.
Ahora recuerdo que
mis amigas ya se fueron, posiblemente satisfechas, por lo que las consecuencias
que provoque levantándome, no será tan variada.
Debido a que hay
menos sonidos, logro escuchar mejor lo que ocurre, en la habitación más lejana.
Escucho como ella rie y conozco esa risa; esta simulando estar complacida o
esta tratando de ser complaciente. Me resulta extraño muchas veces, de la forma
que las personas simulan complacencia, con la seguridad implantada en sus
faciones, de que la otra persona no se esta dando cuenta de que simplemente
simula. Una vez, uno de mis personajes en una de mis novelas, describia a su
enamorada, las diferentes formas de reir que tenia la misma. Cuando escribo,
utilizo recursos de la vida real, y esto
lo hise al haber visto que una de mis amigas, tiene muchas formas de reir,
según la ocación. Me he dado cuenta que las personas de naturaleza sincera,
tienen muchas formas de reir; en cambio las otras, solo tienen dos, una real y
otra simulada. Si bien, no he dejado de ser sincero, al contrario, creo que los
últimos tiempos, solo me queda una forma de reir y suele ser cuando estoy
siendo sarcástico, macabro o iriente.
La remera en la
zona del pecho, me da la sensación de que esta aderida a la piel, en virtud de
que se seco sobre el cuerpo. Empieso a sentir el olor que largan las medias al
estar húmedas y al haber mojado el cuero de las botas.
Dandara; se estará
acordando de mi. Me intriga saber si se acordará bien o lo hace pensando en el
hecho de que hiso bien en perder contacto conmigo; aunque algunas veces, cuando
le mando un mensaje, me contesta; algunas bien y otras no tanto. Muchas veces
me dije a mi mismo, que si por solo cinco minutos, ella se hubiese visto a
travez de mis ojos, no tendría una cantidad de interrogantes que se que tiene.
Creo que mi cuerpo
empieza a responder. Mientras pensaba en todas estas cosas, me di cuenta que
apreté el puño. Debería reaccionar rápidamente, ya que mis vecinos comensaron a
cuchichiar y eso es preámbulo de que comensaran con su segunda ronda, aunque a
mi no me debería interesar si los interrumpo o permito que se den cuenta que
estoy aquí.
Es evidente que es
mi mente la que me mantiene paralizado, ya que recuerdo que camine con
naturalidad cuando venia a mi habitación, a pesar de la lluvia; que tuve la
constancia de bajar cada una de las cortinas, asegurándome que pasara el mínimo
de luz y que antes de tírarme sobre la cama, apague todas las luces. Esta no es
la primera vez que me pasa este tipo de cosas y en anteriores oportunidades he
pensado, que instintivamente me estoy negando a seguir, a hacer lo necesario
para estar en el trajinar normal de lo diario.
Algunas personas,
me han dicho muchas veces, que debería desechar una cantidad de cosas que yo
considero principios y valores, lo cuales muchas veces son los que me terminan
frenando y llevando a frustraciones; solo que no se cuales deben quedar y
cuales desechar. Si analizara con detalle, seguramente llegaría a la conclusión,
de que debo volverme demagogo, sinico; que mi forma de actuar y de hacer las
cosas, deberían apuntar mas a una forma conveniente y no ajustada a una
estricto acartonamiento, determinado por todos esos principios y valores, a ese
centenar de códigos. También creo, que debería vivir con más lentitud, con más
mesura y no con la intensidad con la que lo hago cada vez, ya que eso alejo a
Dandara.
Endereso
rápidamente mi cuerpo y quedo sentado en el borde de mi cama. Cuando lo hago,
quedo con las manos apolladas sobre la colcha, y noto que esta totalmente
mojada, lo que me hace suponer que las sabanas y el colchón están iguales.
Recorro con la vista, toda la habitación y no logro distinguir nada, a no ser
por el anillo dorado del borde de la copa.
Inclino haci el
frente mi cuerpo y comienzo a desacordonar las botas, las que estan
notoriamente mojadas; me las quito y el frío en los pies, debido a la humedad
en las medias, me hacen tiritar.
Nunca había
tiritado tanto y durante tanto tiempo seguido, como cuando estuve enfermo por
una semana, solo en mi apartamento. Durante ese tiempo, permaneci acostado,
porque la fiebre no me dejaba ni pararme. Esa semana, no comi nada, solo bebia
sorbos de agua de una botella que normalmente me llevo al costado de mi cama,
cuando me voy a acostar; los dos últimos días, no bebi agua siquiera, porque se
me había terminado.
Transcurrida esa
semana, creo que mi instinto de supervivencia, me hiso enderasar en la cama, la
que ya olia muy mal a causa de todo lo que había traspirado, y casi
arrastrándome llegue al baño. Me bañe y junte algunas cosas en una mochila,
casi sin ver a causa del la dificultad que tenia para distinguir las cosas
debido a la fiebre, y me dirigi al hospital. El médico de emergencias,
inmediatamente me internó, diagnosticándome pulmonía.
Me quito las
medias, las que huelen muy mal y me pongo mis calzados para la arena. Me paro y
saco de mi bolsillo el celular, para poder alúmbrarme, ya que seguramente, el
piso de mi habitación, esta lleno de agua, a causa de la lluvia.
La débil luz del
celular, hace que el anillo dorado se convierta nuevamente en una copa. Talvez
es eso lo que necesito, un poco de luz para volver a convertirme en alguien con
una forma apreciable.
Camino con
lentitud, tratando de evitar los charcos y me dirijo a la puerta; la abro
completamente y el frescor que ingresa, me hace tiritar nuevamente.
El cielo esta casi
completamente despejado, solo queda algunas nubes que se alejan por detrás de
las montañas que se encuentran del otro lado del lago.
El perro negro,
esta echado sobre el pasto mojado y de lejos me observa con los ojos tristes,
talvez resignado porque se dio cuenta que jamas podrá sacarse el bozal.
Levanto la vista y
ahí está, el cinturón de Orión; en línea con el mismo y apenas alejado, Sirio,
mi estrella, llamada también, la estrella de Isis, por la que sin que lo
supiera, la consideraba la estrella de Dandara, ya que supuse por mucho tiempo
que ella era mi Isis, y que juntaría mis trozos y me volveria a la vida, como
en la mitología, la diosa lo hiciera con Osiris.
¿Algún día llegara
mi Isis; juntará mis pedazos y me volverá a la vida? Tal vez para ello, yo
debería cambiar, o esta Isis debería vivir la vida, los momentos, con la
intensidad que la vivo yo.
El lago parece un
gran espejo, y las luces que alumbran hacia el, provocan como grandes cenderos
de oro y plata.
Miro a un lado y
al otro, y la serenidad esta implantada en el lugar, apenas si se escucha los
murmullos indesifrables y la risa, de la pareja de amantes que aprovecha el
momento que las compañeras de cuarto aun no han regresado.
El perro
resignado, continúa viéndome como si esperara que dijera algo demostrando
empatía con su situación.
Me siento en los
escalones y el rosal a un lado de la salida de mi habitación, tiene tallos y
hojas rojizas, sinónimo de que esta rebrotando luego de la poda. Y viendo esto,
pienso “Renacer”. Dandara ya no esta, apenas si existe pues por lo que se,
muere a diario y se ha convertido en una vieja historia que algunas veces
regresa para recordarme cosas buenas y otras no tanto. Existe en mi mente
porque es un recuerdo inevitable, un murmullo del tiempo que se encuentra
impregnado en algunos aspectos de mi filosofia de vida y de mi carácter. Si
vamos al caso, también lo esta las diferentes formas de reir de mi amiga que me
han dado la pauta de lo que es la sinceridad, expresada el la naturaleza de una
persona real, la que hasta sus partes negativas afloran con naturalidad ni
tapujos.
Han sido pocas las
personas que conozco, que se sienten orgullosos de sus esquinas oscuras. No nos
equivoquemos; no es exactamente que se sientan orgullosas de sus lados
negativos, se sienten orgullosos que sus seres sean tan trasparentes que no
necesitan esfuerzo para existir. Son ellos tal cual, sin necesidad de disfraces
convenientes ni verdades mantenidas en mensajes entre líneas.
El lago que esta
frente a mi, es como ellos; amanece como un espejo y arraza con lo que sea
cuando su superficie es perturbada con la furia de los vientos. No intenta
demostrar nada con su calma, pues es real, ni se pierde cuando se perturba; es
naturaleza pura, sin esfuerzos.
El pobre perro
sigue viéndome y si le diera mas antropomorfismo a sus ojos, diría que esta
totalmente resignado. El bozal no lo deja abrir demasiado la boca y
consecuentemente, apenas podrá ladrar y si se cansa, le costara muchísimo
jadear. Esto también me hace pensar en otra cosa. ¿No sería más sencillo
haberme quedado en la cama? A pesar del dolor de espaldas, de la humedad de mi
ropa y la posibilidad de enfermarme a causa de ello; a pesar del frío, de la
humedad y el olor de mis botas; sumarle a ello todas las malditas cosas y
resignarme, entregarme y esperar que el mundo se termine por caer en pedazos a
mi lado. Pero en mi cabeza se presenta una nueva pregunta. - ¿Y mi naturaleza?
– y si pudiera, le preguntaría al perro. - ¿Y tu naturaleza?
Tras ello, regresa
a mi mente el trozo del poema de D.H. Lawrence y me digo a mismo. – Lo estas
haciendo de nuevo.
Siento algo de
preocupación, ya que preciento que tal vez estoy desarrollando una manía por
los estados depresivos en virtud de la forma que regreso a los pensamientos
negativos. Posiblemente, debería enfocar mi mente en otras cosas que me causen
regosijo, tal como la cantidad de sonrisas que tiene mi amiga, y en como se le cierran
los ojos cuando lo hace, sin perder su brillo e intensidad. Aunque pensándolo
bien, mejor no debería, ya que estaría ingresando en un terreno que prefiero no
entrar.
Y nuevamente mis
códigos y principios me castran, haciendome pensar que en definitiva, yo soy mi
principal enemigo.
Enemigo; creo que
no tengo ninguno, o almenos nadie que conosca se me cruza por la mente. Si
tengo gente que he ido sacando o apartando de mi vida pues no aportaban nada, y
algunos peor aún, destruían lo poco que poceo. Esta es una conversación que
tuve con un compañero de trabajo, a propósito de la importancia de hacer esto y
de que ello, va formando nuestro entorno. Instintivamente o consientemente,
vamos sacando a gente que no están en nuestra sintonía y vamos dejando aquellos
que si bien no tienen nuestros mismos pensamientos ni nuestras mismas metas, no
destrullen lo que intentamos ser y hasta aveses, nos aportan.
Me paro y regreso
al interior de mi habitación, aunque esta vez, no me alumbro con el celular, ya
que memorise donde están los charcos y además, la luz que ingresa por la puerta
me alluda también.
Abro el ropero y
tomo el shamppo, la jabonera y un juego de ropa interior. Retiro la toalla del
respaldo de la cama y las chinelas de debajo. Todo esto lo hago en la oscuridad,
ya que cada cosa la tengo en un lugar espesifico y ahun en la cerrada
oscuridad, las encontraría; otra de mis manías.
Hay mucho
silencio. Sesaron los cuchicheos ni hay rechinar de la cama, ni gemidos;
también sesaron las conversaciones de los amantes mas lejos; tal vez se dieron
cuanta que he estado aquí escuchándolos, o simplemente se durmieron en el caso
de mis vecinos y regresaron las amigas de los de la habitación siguiente.
El silencio, es el
lenguaje con el el que se expresa habitualmente la soledad, mi más fiel amiga y
amante.
Amante; creo que
al final llego a la conclusión de que si he tenido una amante.