Cada mañana, me levanto muy temprano y me preparo con mi cámara
fotográfica a esperar el amanecer. A diario saco unas 30 fotografías, busco
diferentes ángulos, espero que las frágiles pirocas crucen por el sendero
dorado, cambio los filtros de luz, en
una afanosa búsqueda de captar el amanecer perfecto. Más tarde, regreso a mi habitación
y elijo la que creo mejor de todas.
Hoy, no me ocurrió nada diferente; simplemente luego de
elegir la imagen de este día y guardarla con las demás, me di cuenta que a
diario logro exactamente lo que busco. Recordé lo que me enseño Dandara alguna
vez; a descubrir la magia y la maravilla en lo que muchas veces pasa desapercibido
por nuestro ojo empírico.
Todos los amaneceres son perfectos, pues los mismos se
desarrollan con su magia propia cada vez. Es como una función que cada día es
diferente, sin ser mejor que la del día anterior, ni lo será que el día
siguiente. Cada uno, es un acto único, que solo existirá esa vez, ya que por
suerte, jamás volverá a repetirse.
Esta revelación, no provocara que deje de levantarme
temprano y concurrir a esperar el amanecer, al contrario, me ha dejado la
necesidad de tratar de perderme la menor
cantidad de estas funciones únicas, a las que muy pocos concurren. Ya que a la
vez, es casi imposible en este mundo, ser participe cada día de algo,
literalmente e inquebrantablemente perfecto.